domingo, 23 de diciembre de 2012

A cien millas de Manhattan (Guillermo Fesser).


El comentario a La noche del aguacero me ha hecho recordar que hace unos años, antes de que empezara a escribir este blog, leí A cien millas de Manhattan, de Guillermo Fesser, el otro 50% de Gomaespuma.

Al contrario del comentado en el anterior post, no se trata de un libro de ficción. A lo largo de sus 400 páginas, Fesser nos va explicando las tradiciones y los tópicos americanos que estamos acostumbrados a ver en las películas de Hollywood y sobre los que, en algunos casos, pasamos por encima sin preocuparnos por las razones de lo que vemos. Halloween, el vapor que sale de las alcantarillas de Nueva York, la recogida del sirope de arce, acción de gracias..., van desfilando capítulo a capítulo, contando sus orígenes, sus esencias y algunas anécdotas enriquecedoras.

Del mismo modo, aparecen glosados personajes atípicos y singulares, muy alejados del arquetipo que del americano medio nos venden las series y películas americanas, y nos relata el día a día de una familia normal, la suya, en un pueblo alejado de las típicas ciudades que conocemos al dedillo gracias al cine y las series americanas.

Es un libro muy agradable de leer, que no cae en ninguno de los dos esnobismos que suelen acompañar a los relatos de los expatriados: o todo lo de España es mejor o todo lo de España es peor. Consigue ver las cosas con los ojos de un recién llegado, pero de una manera ciertamente objetiva, sin enjuiciar lo de allá por lo que tenemos acá, ni valorar lo de acá por lo que tienen allá.

Un libro muy recomendable, pues aborda temas que es difícil encontrar explicados en otros lugares, y que da ganas de tomarse un año sabático (¡quién pudiera!) para conocer de primera mano todos esos paisajes y paisanajes que con tanto apego rememora Guillermo Fesser.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La noche del aguacero (Juan Luis Cano).


Hay personas a las que uno está dispuesto a perdonar todo por el cariño que les tiene, y aunque cometan el peor desatino, nos buscamos las vueltas para encontrar un motivo de felicitación. No es el caso de Juan Luis Cano con respecto a esta novela, al menos en lo que a los desatinos se refiere.

Confieso que comencé la lectura de La noche del aguacero por los buenos ratos que pasé con su autor escuchando Gomaespuma. Momentos inolvidables, como aquella madrugada que, de vuelta a casa, el taxista y yo nos partíamos de risa al unísono escuchando las tribulaciones de una operadora que enviaba un taxi a la calle Benito Bercimuelle. Y confieso también que no daba un duro por ella.

Y confieso que me equivoqué. Porque tras la lectura de los primeros capítulos de La noche del aguacero se borra de un plumazo la sospecha que siempre acompaña a los libros publicados por famosos.

La novela está escrita con soltura y narra las desventuras de un grupo de personajes que trabaja en un decadente tablao flamenco de Madrid, que sobrevive gracias a los turistas japoneses que lo tienen incluido en su viaje organizado por la capital de España. Gracias a ella nos adentramos en un mundillo que, pese a los tópicos hispanos, no suele asomarse hoy en día a nuestra literatura. Está claro que la ambientación de la obra se debe a la pasión que Juan Luis Cano tiene por el flamenco, algo que siempre me llamó la atención, pues es una afición más que rara entre la gente de nuestra generación, al menos de los capitalinos.

La historia es original, sobre todo, repito, por el contexto en el que se desarrolla; es divertida, amena y creíble. Los personajes están bien trazados y su comportamiento se corresponde con su lugar en la historia. Y ello se agradece, pues nos aleja de muchos tópicos de las novelas contemporáneas, pobladas de personajes pretendidamente arquetípicos y que acaban por mostrar comportamientos insólitos. Aquí todos se comportan como deben y por eso la historia fluye como es debido, lo que no significa que no haya alguna sorpresa por el camino.

Es una historia amable y termina más o menos bien para todos. A ello va dirigido todo el desarrollo de la novela, a pesar de lo cual, todos y cada uno de los personajes tienen una pátina de perdedores imposible de eliminar. Un grupo de supervivientes en un mundo hostil, reflejo esperpéntico y fiel de la sociedad que nos ha tocado vivir.

Veo ahora a Juan Luis Cano en un programa de debate político de La Sexta. Sus comentarios y posicionamientos no hacen sino agrandar su figura en un país y un tiempo necesitado de personajes coherentes.